La depresión y el desánimo de vivir
Muchas veces, la vida
te brindó momentos tan felices, llenos de paz y seguridad en ti mismo, que ni
siquiera pasó por tu mente que toda esa
tranquilidad la perderías en algún momento. Todo pasa tan rápido, hasta que llega
el momento en que todo se detiene. Te preguntas él porqué de las situaciones y
el porqué de tu existencia, pero ni tú mismo sabes cómo responderte, solo
hubieses preferido no haber venido a este mundo. No importa qué fue lo que te
llevó a estar así, simplemente te das cuenta de que te vas aislando de lo que
te rodeaba antes y pierdes el sentido de la vida. Mientras tanto, tratas de
disimular lo que sientes, pero en el fondo de tu corazón sientes un nudo que
quieres romperlo a través del llanto.
Tus fuerzas para
luchar cada día comienzan a disminuirse. Sientes que no puedes, que no vales,
que no eres lo suficiente atractivo, que nadie está contigo, que los demás son
mejores que tú y que todo es negativo.
En resumidas palabras, entras en un estado de soledad, porque no quieres que
nadie te haga preguntas que no te ayudarán a sobrepasar lo que sientes. Las
satisfacciones desaparecen. Esas cosas que te llenaban de felicidad ahora son
insignificantes. Las cosas simples se vuelven dolorosas y empiezas a hundirte
en tu propio llanto. Sientes un dolor inexplicable en tu alma y en tu corazón.
Te entiendo, yo también lo viví. Pensé, al igual que tú, que era la única que
pasaba por ese horrible momento. Pensé que no podría más, que no iba a salir de
eso.
Los días pasaban tan
lentos para mí, que quería que las tardes fueran noches y las noches fueran
tardes. Pasaba todo el día pensando. Sentía una pesadez que llenaba mi mente y
se repartía por todo mi cuerpo. No podía dormir. No sabía si tratar de dormir
para olvidar todo, o salir corriendo para escapar de la realidad. Simplemente
sientes que cada día es indistinguible. Te sientes culpable por lo que has
hecho y por lo que no has hecho. Hay una parte de ti que quiere luchar para
arreglar las cosas, pero esas ganas no duran mucho porque sabes que nada
funcionará. La falta de autoestima y propósitos se vuelven insoportables. Te
ves en el espejo y te sientes tan inconforme, cansada y devastada, que lo único
que quieres hacer es aislarte y
preguntarte ¿Hasta cuándo?
Es desesperante ver
sonreír a tus familiares y amigos y no poder hacer lo mismo. Quieres buscar a
una persona que comprenda tus problemas y te ayude a salir de ellos, pero nadie
te entiende. Finalmente, te das cuenta de que no puedes continuar así y sucede
una de las dos cosas: decides buscar ayuda o intentas suicidarte. Muchos
deciden la opción más fácil: retirarse del camino para siempre, con el objetivo
de no seguir sufriendo, pero eso no va a solucionar los problemas. Créeme,
aunque parezca imposible, sí hay solución. ¡Yo la
encontré!
No fue fácil, pero tampoco imposible.
Hubo un momento de mi vida que sentí en el fondo
de mi corazón, a pesar del dolor que sentía en mi alma, que en algún lugar del
mundo estaba la solución. Decidí ser más fuerte de lo que era, pedí ayuda y me
esforcé para poner de mi parte. El esfuerzo de rehacer mi vida, cuando no le
encontraba el sentido, el esfuerzo de andar con pasos firmes, cuando mi cabeza
me lo impedía, el esfuerzo de rodearme de personas
positivas, para poder recuperar el sentido de las cosas, fue el detonante para
encontrar la solución que tanto deseaba. Esa es realmente la fortaleza, saber
que nada es importante como tu propia vida y tu propio bienestar. Hoy en día me
siento bien, y todo se lo debo a Dios. Todas las tristezas pasaron. Ahora,
debido a esas circunstancias, sé cómo dominar mis emociones y cómo enfrentarme
a las situaciones que se me presentan.
Muchas veces, vienen
a nuestras vidas momentos duros que no queremos enfrentar por miedo, pero lo
que no sabemos es que Dios permite que todo eso pase para preparar nuestro
carácter. Cuando hayas sobrepasado la depresión, no serás ni la sombra de lo
que eras antes, vas a ser mejor persona y muchos lo notarán. Así que ¡lucha y
esfuérzate!, porque sí hay solución.
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